jueves, 6 de mayo de 2010

Vampiria 2 Capitulo 10

Ante mí había un ser mitológico, casi un dios, algo que jamás me habría esperado encontrar. Un gigantesco ser de color azul y verde, patas traseras pequeñas pero fuertes, una larga cola con unas especie de púas que la hacían tremendamente peligrosa, dos enormes garras, y a su espalda, dos poderosas alas semejantes a las de los vampiros, cubiertas por una larga melena que le llegaba desde su terrorífica cabeza, con el hocico que sobresalía, mostrando sus afilados dientes, incluidos sus caninos, igual que los vampiros. De la parte de la nariz le salía un feroz cuerno, y por detrás de la cabeza otros dos, de la misma zona donde brotaba la melena. Sus ojos eran rojos, con una franja negra que los recorría de arriba abajo, que inspiraban terror, te explotaba el corazón si los mirabas fijamente.

Permanecía inmóvil, impasible ante su renacer. Se inclinó minimamente hacia atrás, y al echarse para adelante produjo un sonido que me heló el corazón, un grito espeluznante, agudo, penetrante, haciendo saber que había vuelto a la vida y que él mandaba, que no había forma posible de hacerle frente. Tuve que taparme los oídos, si no me habría quedado sordo. Cesó su terrible grito, y Clauthor se acercó a él abriendo los brazos como si le fuese a abrazar.

- Que belleza, por fin he encontrado al dragón de los vampiros, el terror de los humanos, Vafer.

Después le habló en un extraño dialecto, el lenguaje de los vampiros, no llegué a entender nada, y acto seguido el dragón comenzó a batir sus alas con fuerza, levantado una gran ventisca. Se elevaba lentamente, y acto seguido se lanzó contra el techo de la estancia, haciendo un enorme agujero a su paso. Clauthor se quitó la capa, extendió sus alas y echó a volar siguiendo a su nueva bestia asesina. Enormes bloques de piedras se desprendían por el fuerte golpe del dragón. Varios cascotes se dirigían hacia donde yo estaba, teniendo como única salida posible lanzarme hacia el foso. Sin pensármelo dos veces me tiré instantes antes de que las gigantescas rocas cayeran sobre mí. Tras unos pocos segundos en el aire, caí donde anteriormente se encontraba la piedra que encerraba al dragón. Me iba a levantar cuando vi una especie de caja enterrada por los escombros. Me acerqué a ella, la desenterré, soplé para quitarla el polvo, y la observé detenidamente. Era una caja negra de madera, alargada, con un dragón enroscado de color plateado incrustado en ella. No tenía ningún tipo de candado ni de cerradura. La abrí, pero no pude ver lo que había en su interior porque un fuerte brillo blanco de su interior me cegó.

Después de un rato pude abrir los ojos, y ante mí había un anciano con una larga barba blanca, cejas espesas que ocultaban ligeramente sus pequeños ojos negros. Un sombrero de pico azul cubría su cabeza, y un gran manto azul ocultaba sus ropajes. En su mano derecha sostenía un largo báculo de madera. Todo su cuerpo tenía un aspecto traslúcido, se podía distinguir un poco lo que había a su espalda.

- Joven – comenzó el anciano con voz grave – si has descubierto esta caja es que Vafer ha sido despertado.
- ¿Quién eres tú?
- Mi nombre no importa, soy el mago que encerró a Vafer en la roca.
- ¡Es imposible, eso ocurrió hace siglos!
- Este no soy yo, es mi espíritu, lo encerré en la caja que has abierto para, si despertaba el dragón, intentar ayudar a la persona que encontrara la caja. Debes ser una persona pura de corazón, de lo contrario no podrías abrir la caja.
- No me costó mucho, no tenía cerradura.
- Tenía un sello mágico, solo una persona pura y con una gran fuerza interior podría abrirla.
- Bueno, da igual como haya abierto la caja, ¿cómo puedo detener al dragón? ¿Puedo volver a convertirlo en piedra?
- No, no puedes, solo un mago con un gran poder podría hacerlo, y desgraciadamente no pude transmitir mi legado a nadie.
- ¿Entonces qué puedo hacer?
- Tendrás que matar al dragón.
- ¿Sólo eso? Eso es fácil, ahora vuelvo.
- Espera, con tus armas no podrás hacerle nada, necesitas esto.

El mago me señaló la caja, me agaché, y de ella saqué una extraña espada. Tenía la hoja larga, pero poco filo, igual que las katanas japonesas. La empuñadura era de oro, con formas semejantes a ramas de árboles, con 3 huecos, 2 a los lados y 1 en el medio.

- Coge las joyas de las espadas que despertaron a Vafer y ponlas en esta – dijo el mago.

Me acerqué a las espadas, las saqué de las muescas donde las había metido Clauthor, y una a una fui quitando las joyas y poniéndolas en la nueva espada. Al incrustar la última joya, las 3 brillaron al unísono, incluida la hoja, pero a los pocos segundos el brillo desapareció.

- Esta es Matheril, la única arma capaz de matar a Vafer, pero sólo será efectiva si le das en el corazón, es el único punto débil de Vafer. Adiós y buena suerte, espero que seas lo suficiente fuerte como para manejar a Matheril y matar al dragón.
- ¿Qué quieres decir con eso?

No hubo respuesta alguna, ya que el viejo mago desapareció por completo ante mis ojos. Sin perder más tiempo subí las escaleras y deshice el camino, hasta que llegué al gran salón.

CONTINUARÁ

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